Está ahí, en unos días, la reunión en Copenhague para que sintamos la conciencia de la vida y nos pongamos, radicalmente, a hacer algo. Partiendo de cero si es necesario, pero algo.
Una vez más que en situaciones similares, parecidas y hasta iguales, y sin aprender de la experiencia, la historia y hasta la biología, la decepción se ha impuesto por encima de la necesidad social y nos quedamos así, con la boca abierta; sin raccionar, sin decir nada excepto la protesta pasiva e indivudual que disfrazamos de clubs, grupos, NOG´s, colectivos, asociaciones, etc., es decir, de lo que nos dejan vía subvenciones que nos atan la mano y tapa la boca.
No quiero, me rebelo, sentir nuevamente la impotencia. Esto está claro, y si no se entiende estoy dispuesta a explicarlo; la tierra ha de vivir hasta que su naturaleza lo permita. No podemos, ni estamos en derecho de ello, exterminar no sólo lo que no nos es aprovechable, agradable y hasta hermoso. No, no tenemos la razón, ni razones, para permitir que la tierra nos mate si invertimos esa naturaleza.
Si el amor a la vida, a la tierra o a Dios (llámele como le llame), no nos sirve para detener nuestra destrucción, ¿qué referente nos queda? Tengo claro, tan claro como que la vida está en juego, que existen maneras de conseguir lo que queremos.
Pedir a los políticos que se supone nos representan (a nosotros, no a nuestros intereses económicos que son los suyos) que se pongan a trabajar en este objetivo, estoy convencida que no servirá de mucho, lo haga sola o en compañía, así que les haría comprender que un cambio de valores ahora, en este momento de nuestra hitoria, es lo único que podrá salvarnos de la total destrucción.
Lo digo sin exageraciones y sin amargura, sí con toda la fuerza de mi seguridad. Un cambio siempre construye. El caos es intrínseco a la vida ¡¡¡¡Y QUE SE SALVE QUIEN PUEDA!!!!!
Fdo: Mª de la O Soria Llavero
Una testigo accidental del orden establecido
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